1.3.08

LOS PREPARATIVOS.

Al atardecer del viernes día 14 de diciembre salimos de Denia para posicionar el barco en Gibraltar y llegamos el martes de madrugada, es decir, la noche del lunes al martes unas 56 horas. La tripulación éramos: el patrón, Antonio; Jorge que es un amigo personal del patrón y que “chartean” en verano juntos desde Denia; Judith una catalana payesa totalmente atípica por su forma de ver la vida, con aspecto de punky alternativo, su carácter amable y dispuesto que no coincide con su imagen en nada, y el otro tripulante del traslado que era yo.

La travesía fue una verdadera prueba para el barco y los tripulantes, el viento llegó a coger fuerza de temporal con olas de 3 y 4 metros que en determinados momentos parecía que iban a volcar el barco totalmente. La segunda noche, frente a las costas de Málaga fue horrible, mucho frío, mojados y sin dormir durante un montón de horas. Amarramos en Gibraltar a las tres de la mañana de la noche del lunes al martes.

Puerto de Gibraltar

Al amanecer se cerró el estrecho y se suspendieron los servicios de ferrys. ¡Nos libramos de una buena por bien poco!

Dormimos unas horas en el barco y, cada mochuelo a su olivo. Yo a Jerez a casa de mi hija y mi yerno, a ver a mi nieta, y después a Madrid a trabajar un poco para intentar que no me echen de Iberia por baja productividad.

Hace tres años, a primeros de mayo, me enrolé en el Tan- Tan un velero francés, de aluminio, de 14 metros que venía del Caribe para Castellón. Me embarque en Horta, isla de Fahial (Azores) y me bajé en Rota (Cadiz) 1.600 millas. Éramos cuatro tripulantes y los primeros días navegamos delante de una borrasca, para tener vientos fuertes –dijo el patrón-; con mucho frío, mucho viento y olas enormes que me hacían creer que el cualquier momento el barco se iba hundir, pero no, una ola tras otra, una escorada tras otra durante horas y horas, y al final ya te das cuenta de que los barcos aguantan todo lo que les eches; los que no aguantan son los marineros, y si se pierde la calma o no te sabes dosificar bien, puede sobrevenir el desastre. Esa travesía la hice para curtirme y aprender antes de empezar a navegar como patrón en mi Geluco.

Ahora la recuerdo como si hubiese sido un sueño, o mejor, una pesadilla; no recuerdo ningún detalle de la navegación, de que velas llevábamos en cada momento, ni lo que comíamos. Recuerdo que estuve 3 o 4 días muy mareado y cuando vimos tierra en cabo San Vicente, había unos pescadores levantando un palangre, yo sentía ganas de abrazarlos después de haber cruzado medio Atlántico, pero ellos seguían a su bola como preguntándose ¿Qué querrá ese pesado que tanto nos saluda desde ese “yate”? Después desde cabo San Vicente hasta Rota me pasé muchísimas horas a la caña cruzando entre pesqueros, que tienen unas luces potentísimas y es imposible saber donde tiene babor o estribor (me río yo, de lo que te cuentan en las escuelas de náutica sobre luces de barcos) y mientras, el resto de la tripulación durmiendo.

Esta experiencia me enseñó a saber valorar lo que es un buen barco, que no cruje ni tiene goteras y que las cosas funcionan; y lo que es un buen patrón, que se mantiene sereno y conoce bien su barco.

Ahora, después de haber venido desde Denia en el Selene con Antonio, sé que el barco es fiable y el patrón seguro. Mi vida no peligra en el cruce del Atlántico.

El día 7 de enero, dos días antes de la salida, me persono en Gibraltar para colaborar con el patrón y Jorge en las tareas previas a la salida: que si comprobar la radio, que si montar el sistema de seguimiento por GPS, que si la compra etc. etc.

El día 8 de enero viene Pilar, para despedirme (nos vamos mañana a las 12:00). El patrón me da casi todo el día libre, nos vamos en visita turística por el Peñón de la mano de un taxita turístico británico que hablaba un perfecto andaluz, muy simpático y agradable que nos enseño todos los secretos de “la Roca”.

Por la noche, cena informal a cargo de la organización donde le presenté a Pilar a algunos de los participantes en la regata, entre ellos a mi ídolo Juan Antonio, un navegante solitario que en su barco el Vagabundo, de 8,50 metros de eslora, va a iniciar su ¡octava travesía en solitario del atlántico! después de unos Riojas y un rato de conversación, mi mujer le pregunta a Juan Antonio ¿pero tú eres normal? ¡Se acabó la tertulia! -¡Es que me quedo si amigos por su culpa!- Algunas fotos, algo de video grabado y nos vamos para el hotel a pasar una noche de nervios, deseando que amanezca pensando en que nos falta un montón de cosas por comprar y hacer.

Al día siguiente, al barco y adiós con lagrimas en los ojos por una separación voluntaria de mi mujer de casi un mes, que hace muchos años que no tenía. En fin, la decisión está tomada, tenía mucha ilusión en hacer esta travesía y ya no puedo echarme atrás, hay que mirar para las casi 4.000 millas que tenemos por delante.

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